Hace unas semanas, mientras viajaba de CDMX a Ámsterdam, algo me detuvo. No fue una fila, ni algún mobiliario. Fue un olor. Sutil, casi imperceptible, pero capaz de transportarme a los momentos más maravillosos de mi infancia. Parecía susurrar: “Estoy aquí para ti”.
Ese instante me hizo pensar en cómo los detalles, esos que a veces parecen insignificantes, pueden transformar una experiencia funcional en una experiencia emocional. No se trataba solo de diseño. Se trataba de memoria. De acción. De cómo un gesto mínimo puede quedarse en el cuerpo del usuario como una huella.
El gesto mínimo como detonante emocional
Luego de sumergirme en el mundo del UX y diseñar experiencias centradas en el usuario, entendí que lo que transforma una interfaz no siempre es su funcionalidad, sino un gesto que parece hablarle directamente al corazón. En AeroBite, por ejemplo, cada mensaje de bienvenida fue diseñado para sentirse como un susurro de aliento. No era solo “Bienvenido”, sino “Tu energía nos impulsa”. Esa frase, breve pero cargada de intención, convertía una pantalla común en un momento de conexión.
Diseñar no es solo resolver. Es recordar al usuario que está siendo visto.
La memoria como interfaz invisible
Al profundizar en el diseño de experiencias, descubrí que el arte también puede ser interfaz. En Motores de Vida, la marca de playeras que estoy diseñando, los corazones mecánicos no solo son visuales: son mapas emocionales. Cada cable, cada engranaje, representaba una historia, una pulsión interna. El arte no solo ilustra, sino que evoca. Como el olor en el aeropuerto, estos símbolos activaban memorias sin necesidad de explicarlas.
Cuando el arte toca algo que ya vive en el cuerpo, el diseño deja de ser superficie.
El detalle como catalizador de cultura
Desde que me adentré en el diseño UX, comprendí que los principios que aplicamos en productos también transforman equipos. Como Chief of Staff, mi actual posicion,veo cómo los detalles—un mensaje claro, una reunión bien pensada, un gesto de reconocimiento—diseñan cultura. Así como en una interfaz, cada interacción interna puede activar memoria, pertenencia y propósito.
En cada proyecto, me convierto en guardiana de los gestos que sostienen la experiencia. Desde cómo se comunica una idea hasta cómo se celebra un logro, el diseño emocional también vive en lo operativo. Porque cuando el equipo se siente visto, la visión se vuelve compartida.
El diseño más profundo no siempre se ve. A veces se siente en cómo trabajamos juntos.
Hoy sé que diseñar no es solo crear pantallas, flujos o artefactos. Es sembrar gestos que se quedan. Gestos que activan memorias, que hacen sentir, que transforman lo cotidiano en algo significativo.
Después de internalizarme en el mundo del UX, entendí que el detalle no es un adorno. Es acción. Es cultura. Es memoria.
Y tu, ¿Qué gesto estás dejando hoy en la experiencia de otro?
Las imágenes utilizadas en esta tarea y textos fueron generados con el apoyo de la inteligencia artificial de Copilot, herramienta desarrollada por Microsoft para asistencia creativa y productiva.



